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¿Por qué dos ojos?



| Rabino Eliezer Shemtov


| Tazría-Metzorá


“¿Por qué nos creó Di-s con una boca, una nariz y dos ojos?”, preguntó el pequeño Iosef Itzjak a su padre?

“Es porque hay cosas que hay que mirarlas con el ojo derecho, con un ojo benévolo, y hay cosas que hay que mirarlas con el ojo izquierdo, con un ojo crítico.”

Es más que obvio que la manera en que interpretamos las cosas define nuestra reacción.

No es tan sencillo asegurarnos de que nuestra interpretación de las cosas es la correcta; si debemos acercarnos o alejarnos de lo que vemos. No es fácil distinguir entre realidades objetivas y “realidades” que son nada más que producto de nuestra perspectiva distorsionada.

A nadie le gusta que le muestren que está equivocado. Aunque cuesta entenderlo, el ego humano es tan terco que resiste que le corrijan inclusive si su error lo lleve a sufrir daño personal innecesario.

Así que cuando ves una falla en la conducta del otro, y te angustia, sería bueno parar un momento y reflexionar si tus conclusiones están basadas en realidades o en tus propias imaginaciones. ¿Estás basando tus opiniones en hechos o acaso estás definiendo hechos en base a tus opiniones —¿o preferencias?—personales?

En la lectura de esta semana, Tazría-metzorá [1], leemos extensamente sobre el fenómeno de la tzaraat —una aflicción que podía aparecer en la piel, la ropa o bien en las paredes de la casa— y qué había que hacer al respecto. Parecería ser un tema no muy relevante hoy en día, dado que era un fenómeno que existía en forma milagrosa únicamente en la época en que existían los Templos. Hay, no obstante, detalles relevantes que trascienden el tema específico y nos pueden enseñar mucho en cuanto al tema que estamos abordando aquí, o sea: la perspectiva y definición de la realidad que nos rodea. Compartiremos aquí algunos de ellos.

Cuando a alguien le llegó a aparecer síntomas de tzaraat, tenía que dirigirse al Kohén (sacerdote) para que determine, según el color, tamaño y otras consideraciones, si era efectivamente un caso de tzaraat o no. Las consecuencias en el caso de que fuera tzaraat no eran nada agradables. Cuarentena, en el caso de tzaraat de la piel, quemadura de las ropas en el caso de que apareciera en la ropa y la demolición de la casa en el caso de que apareciera en las paredes de la misma.

¿Cómo se hacía para determinar si era o no tzaraat?

Únicamente un Kohén podía determinar si era o no un caso de tzaraat. ¿Por qué específicamente un Kohén? Nuestros sabios explican que los Kohanim, descendientes de Aharón el Kohén, se destacaban con la cualidad de Jésed, bondad. Fueron encomendados a bendecir al pueblo —obligación y privilegio que ejercen hasta el día de hoy— y esa bendición tenía que realizarse “beahavá”, con amor, como ellos mismos declaran en la bendición que pronuncian antes de cumplir con el mandato de bendecir al pueblo.

Hete aquí la primera lección. Únicamente está en condiciones de juzgar el que ama al juzgado. Si no quieres a la persona a quién estás juzgando, tu juicio será sesgado. El primero en descalificar tu juicio en ese caso deberías ser tú mismo. Si no lo quieres, no lo juzgues. Encontrar culpa tiene más chance de ser justo si viene de alguien que prefiere no dar un fallo culposo.

Nuestros sabios señalan que el Kohén podía determinar si una mancha era tzaraat o no en todos los casos menos en uno: en el caso de que se trataba de una mancha que aparecía en su propio cuerpo, en sus ropas o en las paredes de su casa. “Kol hanegaim Adam roé, jutz minig’ei atzmó”, dictaminan nuestros sabios [2]. O sea: Uno puede ver todos los defectos, menos los suyos propios [3]. Hay varias implicancias aquí más allá de que el Kohén no está autorizado para determinar el status de su propia condición:

En primer lugar está la idea de que no solo está prohibido que dictamine su propia realidad, sino que directamente no está en condiciones de hacerlo. Uno no puede juzgarse objetivamente, cegado por el soborno del amor propio. No ve sus propias fallas como tales; o, en caso de no poder negarlas, las justifica o bien termina culpando a otros.

El Rebe señala [4] que aquí hay una enseñanza más. Si cambiáramos la coma de lugar y entendiéramos la palabra “jutz” como “afuera” en lugar de “menos”, se leería así: Kol hanegaim Adam roé jutz, minig’ei atzmó, lo que quiere decir: Todos los defectos que uno ve afuera (o sea, en otro), [provienen] de él. ¡Impresionante! Si ves manchas en el otro, es muy posible que es porque tus lentes están manchadas. El psicólogo diría que estás proyectando en el otro tus propias carencias.

Y por último: Cuando aparecían manchas en las paredes de la casa de uno, al comunicarlo al Kohén, no le decía “tengo tzaraat en las paredes de mi casa”, sino “tengo “kenega”, algo"parecido a tzaraat”. Hay una fuerte lección en esto en cuanto a no apurarse a condenar ni a uno mismo. Estate siempre consciente de que cuando ves algo, puede ser que es nada más que parece ser algo. No llegues a conclusiones antes de asegurarte de los hechos, confirmándolos por la perspectiva más objetiva y calificada —y benévola— del Kohén.

Así que las herramientas de esta semana son:

1. No te angusties en vano. Cuando ves algo negativo en otro o en ti mismo, asegúrate de que realmente sea así antes de ponerte mal.

2. Todos tenemos dos maneras de ver las cosas, crítica y benévola. Recordemos de usar cada ojo para lo que corresponde. ————————————

1. Levítico 12:1-15:33

2. Mishná, Negaim 2:5

3. De acuerdo a la opinión de Rabí Meir, no puede juzgar tampoco los casos de su familia.

4. Likutei Sijot, vol. 10, pág. 25

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