**Haazinu**
Hasta ahora, en esta serie de Herramienta Bíblicas, hemos compartido posibles soluciones para ayudar a lidiar con pensamientos y sentimientos de ansiedad o depresión.
Esta semana veremos una herramienta que puede ayudar a uno que convive con alguien que padece depresión con la esperanza de que quizás sirva para poder ayudar algo en la comunicación que a veces es tan difícil.
Claro está que hay muchos tipos y grados de depresión como también diferentes causas que la provocan. No es posible dar una solución general que funcione para todos. Comparto aquí una perspectiva que quizás pueda ayudar a alguien. Demás está decir que no pretendo con esto sustituir la ayuda profesional en el caso de que sea necesaria, sino sugerir un posible complemento.
Hay quienes padecen de depresión de manera incesante por mucho tiempo y hay quienes reciben la visita del “perro negro” —como lo llamaba Winston Churchill— de a ratos. Están muy bien anímicamente cuando están bien y muy mal cuando están mal. No me gusta poner etiquetas ni diagnósticos —tampoco es de mi incumbencia— así que no lo haré; simplemente me remito a la descripción de los hechos: a veces se siente motivado y a veces se siente muy desganado con la autoestima por el piso.
A pesar de la dificultad que puede implicar presenciar dichos estados de ánimos impredecibles, puede ayudar en ciertos casos saber que cada uno de ellos es un desafío particular —tanto para quien lo atraviesa como también por los que lo rodean— como también una oportunidad. Ayuda el saber entender el lenguaje particular a usar en cada uno de los estados para poder superar el desafío y acceder a la oportunidad.
Cuando uno está fuerte se le puede desafiar y exigir, cuando está débil hay que apoyar y motivar y hacer recordar de situaciones similares de las cuales salió. En vez de verlo como alguien impredecible, miralo como un políglota. A veces habla “español” y a veces habla “ruso”; solo hace falta entender el idioma y responder en el mismo idioma.
Esta idea se me ocurrió al leer el versículo con el que abre la lectura de esta semana (que es la misma que la próxima; por coincidir este Shabat con Rosh Hashaná se lee en la sinagoga el Shabat siguiente), Haazinu [1]: “Escuchen cielos y hablaré y que la tierra oiga los pronunciamientos de mi boca”.
Moshé Rabeinu se dirige a los cielos y a la tierra para que sean testigos de lo que está por decir al pueblo judió antes de fallecer.
La selección de los términos es muy precisa. Moshé utiliza dos verbos distintos para convocar a los cielos (Haazinu, escuchen) y la tierra (Vetishmá, y oiga) y a su vez emplea dos descripciones diferentes en cuanto a sus propias palabras: vaadabeira (“y hablaré”), Imrei fi (”los pronunciamientos de mi boca”).
En cuanto a los dos verbos de convocatoria, nuestros sabios señalan[2] que dado que Moshé estaba más cerca del cielo (espiritualidad) que de la tierra, utilizó el verbo haazinu —que implica escuchar de cerca— cuando se dirigió a los cielos, y al dirigirse hacia la tierra utilizó el verbo vetishmá, que connota oír de lejos.
Implícita en esto está la lección de que hay dos maneras de captar lo que uno dice: oír de lejos o escuchar de cerca. Y no se trata tanto de proximidad o distancia físicas, sino conceptual y experiencial. A veces uno entiende muy bien lo que el otro dice, le resulta “cercano”, ya que pasó por experiencias similares y a veces lo que el otro dice le suena muy distante, lejos de la experiencia personal. Cuando escuchas a un ser querido, presta atención para asegurarte si lo estás escuchando de “lejos” o de “cerca”, si estás meramente escuchando las palabras que está diciendo o si estás atento a lo que realmente quiere decir por medio de esas palabras…
Luego, en cuanto a la manera de responder hay dos opciones: con dureza y con suavidad. Dibur denota palabras fuertes y Amirá implica palabras suaves. Un ejemplo de dicha distinción se ve cuando Di-s le encomendó a Moshé para que vaya a hablar al pueblo judío sobre la propuesta de recibir la Torá, lo expresó de la siguiente manera [3]: Ko tomar leBeit Iaacov vetagueid livnei Israel; “Así dirás a la casa de Jacob y hablarás a los hijos de Israel”. Beit Iaacov, la “casa de Iaacov”, se refiere a las mujeres y Bnei Israel, los “hijos de Israel” se refiere a los hombres. Además de instruir a Moshé que hable primero con las mujeres y recién después a los hombres —¡gran lección práctica ahí en cuanto a cómo lograr las cosas!— le indicó de qué manera había que hablar a cada sector: con las mujeres había que dirigirse de manera suave —tomar— y a los hombres con fuerza —vetagueid—.
Volviendo a nuestro tema: a tu ser querido (inclusive —o especialmente— si ese “ser querido” eres tú mismo), que a veces está volando en el “cielo” y a veces tirado en la “tierra” —o debajo de ella—, hablale con el idioma y tono que entiende en ese momento. Cuando está en el “cielo”, o sea con ganas y en un estado productivo, aprovecha para decirle toda la crítica constructiva que necesita escuchar. Está en condiciones de recibirla y le hará bien. Pero cuando está en la tierra, o sea desganado y deprimido, sin energía ni fuerzas, no te enojes. Hablale suave, dale palabras de aliento, hacele recordar de cómo en el pasado ha logrado salir del pozo, y afloja la carga de exigencias. No está en ese momento para escuchar críticas, exigencias ni consejos. En esas condiciones solo necesita y puede entender que él es valorado aunque está como está y que las cosas que dependen de él están bajo control y que pronto saldrá de su pozo y volverá a sentirse mejor.
Quizás podemos decir también que palabras “duras” se refiere a argumentos racionales y objetivas que ignoran las emociones y palabras “suaves” se refiere a palabras sensibles, dirigidas hacia las emociones. Cada idioma tiene su lugar.
Así que la herramienta de esta semana es: pensá antes de decidir qué decir y cómo hablar y antes de eso, fijate si estás “escuchando” o solo “oyendo”.
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Deuteronomio 32:1-52
Sifrí in situ
Éxodo, 19:3
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