**Tetzavé**
Hace unos días llegó a mi correo electrónico el siguiente texto:
Rabino:
Ayer me despidieron junto a mis colegas como consecuencia del coronavirus.
Hoy mi novia me acaba de decir que prefiere que sigamos por caminos diferentes.
Se supone que uno debe seguir confiando en que todo es para bien y sentirse afortunado.
¿Pero es posible sentir esto de manera sincera?
Hoy veremos cómo se puede hacer para lidiar con los aparentes fracasos que nos trae la vida. Digo que estos son fracasos aparentes porque solo es posible juzgar éxitos y fracasos una vez que llegamos a ver el “final de la película”. Así, lo que parece ser un fracaso puede, con el correr del tiempo, mostrarse en cambio como un paso necesario y beneficioso para lograr lo que no se hubiese podido sin pasar por dicho “fracaso”.
En la lectura de esta semana, Tetzavé [1], Di-s le encarga a Moshé pedirle al pueblo judío que le lleve aceite de oliva para ser utilizado en el encendido de la Menorá, el candelabro del Tabernáculo. Dicho aceite debía ser elaborado con especial cuidado. Tenía que ser katit lamaor, o sea, proveniente de aceitunas “machacadas para alumbrado”.
Más allá de los detalles técnicos delineados en la Halajá, las enseñanzas jasídicas encuentran aquí implícita una enseñanza de vida: el ser “machacado” por las circunstancias de la vida tiene como objetivo alumbrar. En su estado natural, dado, la aceituna nada puede iluminar. Es únicamente por medio del proceso del machacado como se habilita su potencial de alumbrar. De hecho, vemos que fue durante los momentos más difíciles de nuestra historia, los de mayor opresión, cuando se produjeron las luminarias más grandes, cuya luz resplandece hasta el día de hoy. Rabí Iehuda, Rabí Akiva, Rashi y Maimónides son solo algunos de los ejemplos más conocidos. Las historias de Janucá y Purim son también ejemplos destacados.
Las verdades trascienden fronteras. En el diario El País del domingo pasado (1.o de marzo) salió publicado un comentario pronunciado por la Sra. Julia Pou de Lacalle a propósito de su hijo, el flamante presidente de la República, Dr. Luis Lacalle Pou: “¿Sabés por qué maduró Luis? Porque perdió. Cuando perdés te miras al espejo. Yo creo que fue providencial”.
¡Qué sabias palabras y qué gran lección!
A nadie le gusta fracasar. Pero el fracaso se puede ver como una gran oportunidad de aprendizaje y crecimiento. Una cicatriz implica que lo que te pasó no te mató; los muertos no producen cicatrices… El fracaso te permite reconocer, acceder y activar oportunidades y habilidades que de otra manera pasarían desapercibidas y serían desaprovechadas.
Esto me recuerda la historia del inmigrante polaco que, al finalizar la guerra, llega a Nueva York y se pone a buscar trabajo. La única experiencia laboral con que contaba era su trabajo como Shamash en la sinagoga. Como Shamash él entregaba a la gente los libros necesarios durante las plegarias, los ayudaba a encontrar la página correcta, etc. Fue de sinagoga en sinagoga para ver si necesitaban alguien con su experiencia, pero sin éxito: todos tenían socios que eran sinagogueros experimentados, por lo que no necesitaban de sus servicios. Finalmente probó suerte con una sinagoga conocida como algo más moderna, cuyos feligreses seguramente podrían necesitar de él. Y efectivamente, así fue. En la entrevista laboral, el presidente de la sinagoga se mostró muy satisfecho con su experiencia y buena disposición, por lo que decidió contratarlo. En el momento de la firma del contrato de trabajo, nuestro protagonista dibuja una equis en el lugar reservado para su firma.
—¿Y eso? —preguntó el presidente.
—Resulta que recién llegué del shtetl, y no sé leer y escribir en inglés.
—Ah, en ese caso, lamentablemente no hay trato. No podemos contratar como Shamash a alguien que no tiene un nivel de cultura estadounidense siquiera mínimo —sentenció el presidente.
Sin vislumbrar otra sinagoga donde podría ejercer su oficio, nuestro amigo se resignó a intentar con el comercio. Un amigo le fió algo de mercadería, y así salió él a probar suerte, recorriendo el barrio puerta por puerta. Le fue bien, y poco a poco pudo afianzarse económicamente.
Con el paso de los años el hombre llegó a ser muy exitoso y reconocido en el mundo de los negocios.
Un día le tocó negociar un préstamo en el banco. Al concluirse las negociaciones, prontos todos para firmar el contrato, puso, como era su costumbre, una equis en el lugar reservado en él para su firma.
—¿Y eso? —preguntó el oficial de cuentas.
—Resulta que soy inmigrante y no sé escribir en inglés.
—¿En serio, Sr. Katz? ¡No lo puedo creer! Si tuvo tanto éxito sin saber leer y escribir inglés, ¿se imagina dónde estaría hoy si supiera hacerlo?
—¡Claro que sí! Estaría trabajando todavía como empleado de la sinagoga de la calle Canal…
La herramienta de esta semana, entonces, es la siguiente:
Cuando fracasas a pesar de todos tus mejores esfuerzos, no te aflijas. Es la manera que tiene Di-s para decirte: “Todavía no, m’hijo; tenía en mente algo más grande para ti. Sigue remando...”
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Éxodo 27:20-30:10
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