**Bamidbar**
¿Qué haces cuando no ves los resultados de tus esfuerzos, seguís sin rendirte o te das por
vencido?
¿Es siempre una virtud el no rendirse? ¿No será quizás una señal de vanidad y no querer
admitir el fracaso?
Igual que con muchas preguntas similares, la respuesta es: depende.
Depende por qué haces lo que haces. ¿Lo haces para mostrar tu grandeza personal o por tu
entrega y dedicación a una causa más grande que tú?
Resulta que un día Moris fue a visitar a su amigo encargado de evaluar a los jóvenes que
estaban por ingresar al ejército de Israel. Lo invitó a presenciar una prueba de resistencia y
observaron un grupo de jóvenes que salieron a correr. Luego de un rato, corriendo al calor del sol, uno de los muchachos cayó desmayado. Fue atendido por los paramédicos y los sacaron de la pista.
“A este seguro que no lo van a dar un lugar importante,” comentó Moris a su amigo.
“Estás muy equivocado,” respondió. “Todo lo contrario. Será entre los más valiosos.”
“Pero, ¡si fue el primero en caer! ¿De qué sirve un debilucho así en el ejército?”, protestó Moris.
“Es muy sencillo. En nuestro ejército lo que más valoramos es el compromiso. El muchacho
demostró un nivel de compromiso y persistencia incondicional al dar hasta su última gota de
fuerza. En cuanto a la poca resistencia del cuerpo, la podemos arreglar nosotros por medio del entrenamiento.”
Vivimos hoy en un mundo en el cual prima el valor del individuo, sus derechos e intereses. Y no está del todo mal desde el punto de vista del Talmud; cada ser humano tiene un valor
insustituible. “No hay dos personas iguales,” señalan nuestros sabios [1] . Cada hombre y cada mujer tiene un papel y valor únicos. Pero, ¿acaso empieza y termina ahí? Y ¿qué pasa con el valor de comunidad? ¿Cómo se hace para compaginar el valor de la independencia con el de la pertenencia y —por ende— dependencia?
Para poder desentrañar dicho desafío, hay que empezar por preguntarse: el pertenecer a la
comunidad ¿me achica o me agranda; me debilita o me fortifica?
Veamos.
La lectura de esta semana, Bamidbar [2] , abre con el censo que Di-s le mandó a Moisés a realizar al pueblo judío en el desierto. Hubieron dos datos a registrar: los nombres y las cantidades que componían cada familia y tribu. Una diferencia entre el nombre y el número es que el nombre distingue la identidad personal del individuo mientras que el número ignora su individualidad, enfatizando en su lugar su similitud a otros y su pertenencia a un grupo.
La Torá nos enseña que ambos aspectos son igualmente importantes y en realidad
complementarios. Cuando la individualidad se expresa dentro de la comunidad, se jerarquiza y se fortifica al ser parte de algo más grande. También, la comunidad se fortifica al respetar el lugar y contribución únicos de cada individuo. Difícil expresarlo más elocuentemente que la manera en la que lo hiciera el gran sabio mishnaico Hilel Hazakén [3] : Si no estoy para mí, ¿quién está para mí? Y si estoy solo para mí ¿qué soy?
Así que, para responder la pregunta que formulamos al principio en cuanto a lo que representa la persistencia —coraje o cobardía— diría que depende de la causa. Si se trata de algo de valor personal, es muy posible que el insistir sin ver resultados es una expresión de orgullo y miedo a admitir el fracaso. En cambio si se trata de una causa cuyo valor va más allá de intereses personales, la perseverancia a pesar de todo motivo por el desaliento es señal de fuerza y nobleza.
Mientras estoy escribiendo estas líneas, me viene al recuerdo un conflicto que presencié entre una pareja.
“¿Por qué dedicas tanto tiempo al trabajo y nunca te haces tiempo para mí?”, reclamó la mujer.
“Es que prefiero dedicarme a algo que sé cómo lograr el éxito en lugar de intentar una y otra vez algo con el cual siempre fracaso…”, aclaró el caballero.
¿Qué le parece, querido lector? El marido que intenta una y otra vez a satisfacer a su esposa, y fracasa, si no se rinde y opta por seguir intentando, ¿es loable o deplorable?
Creo que la respuesta es, nuevamente: depende. Si insiste en intentar nuevamente a su manera, es una expresión de su ego además de ser señal de demencia, según la fórmula atribuida a Einstein: “Locura es hacer lo mismo una y otra vez esperando obtener resultados diferentes”. Si insiste en probar nuevamente de acuerdo a lo que su esposa le pide, ahí sí es una señal de nobleza.
Pensándolo bien, quizás está implícito en el adagio talmúdico que indica claramente las prioridades: Amar a su esposa como a sí mismo y honrarla más que a sí mismo. [4]
Así que la herramienta de esta semana es:
Dedicarse a tareas que rinden resultados exitosos y no descansar en lo logrado, es loable por cierto, pero no llega ni cerca al valor de aquel que persiste en cumplir con sus responsabilidades y compromisos asumidos aun cuando (todavía) no ve los frutos de su labor.
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1. Sanhedrín 38a
2. Números, 1:1 - 4:20
3. Avot, 1:14
4. Ievamot 62b, Mishné Torá, Hiljot Ishut, 15:19
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